
¿El paciente “siempre” miente?
Cuando alguien acude a terapia. Nuestra función consiste en primer lugar, en valorar y detectar el verdadero problema que la ha llevado a venir a consulta. Este no siempre se corresponde con el motivo de consulta inicial que quien sufre propone.
Esta “ocultación” en ocasiones es intencionada (lo cual, si lo piensan, es lógica. Puesto que aún no nos conocemos. Y las personas, TODAS. Por instinto, tendemos a preservarnos hasta no conocer o saber más acerca de quien es este otro ser humano que tengo enfrente por muchos títulos o buenas referencias incluso que tenga). Con esto cuento siempre y es algo que se subsana conforme se va creando un vinculo terapéutico caracterizado por una relación sana, empática y de calidad.
En otras ocasiones, ocurre que esta “ocultación”, a la que ya hemos hecho referencia anteriormente, es totalmente Inintencionada porque en nuestro afán por protegernos o preservarnos, ideamos un complejo sistema defensivo en torno al cual vivimos y seguimos para adelante. Suele ocurrir, cuando esto pasa, que bien por algún episodio vital, porque el sistema ideado para tal fin falle o porque algún malestar o síntoma quede fuera de su control. Que dicho paciente venga para intentar solucionar ese pequeño síntoma que le supone engorroso y/o dificulta su vida. Es por este motivo que cuando indagamos en el problema inicial, vamos siguiendo un hilo que con el paso de las consultas, una buena relación terapéutica y un conocimiento de su entorno y psique nos llevará irremediablemente a la gran maraña que se haya tras su sistema defensivo. Y es ahí donde el problema inicial se convierte en síntoma anunciador del verdadero problema de fondo.
También se dan situaciones en las que las personas vienen muy conscientes del porque de sus malestares, y no tienen aún un complejo, organizado y elaborado sistema defensivo “que derribar”. Depositan su confianza ciegamente en su psicólogo/a y en la terapia. Debo decir a titulo personal, que suelen ser pacientes jóvenes o muy mayores. Por norma general con afectación por problemas de la vida cotidiana, rupturas sentimentales, malas experiencias y suelen ser pacientes con muy buen pronóstico, resultados excepcionales y muy satisfactorios de tratar dado su carácter incondicional.
Y por último, en esta somera clasificación. También debemos incluir a aquellos quienes buscan utilizar la terapia para algún fin. No suelen ser especialmente gratificantes en contraposición a quienes hemos citado anteriormente. Son pacientes que vienen con segundas intenciones u obligados por sus circunstancias para “hacer méritos” o hacer ver a su entorno más cercano que están poniendo de su parte para resolver su problema. O pacientes que vienen obligados al psicólogo para “cubrir el expediente” y contentar a alguien. Son muy usuales en adicciones, problemas de pareja (para recuperar o mantener status, no con intención de cambiar) o comportamientos desafiantes durante la adolescencia, por ejemplo. Aunque son casos, ante los que debemos tener una alta tolerancia al fracaso debido a la ausencia de voluntariedad del paciente por mejorar. En estos casos, también debemos dar lo mejor de nosotros mismos como profesionales de la psicología porque; en primer lugar, SIEMPRE, tengamos “el viento de cara o en contra” debemos ser profesionales y aspirar a ayudar a nuestro paciente. Y en segundo lugar, porque cuando consigues resultados positivos con ellos, el sentimiento de haber sido útil es también especial, siempre lo es, pero en estos casos además, somos sabedores de su dificultad.
En conclusión, lo que si debemos tener claro es que en todos los casos debemos ser responsables, humanos y empáticos. Pues, en todos ellos, estamos tratando con personas que además sufren por estar pasando por un mal momento en sus vidas. Da igual cual o su gravedad. Padecen por algún motivo. Pueden ser muy vulnerables y depositan en nosotros, sus terapeutas, una gran confianza que les debe ser correspondida con cercanía y profesionalidad. Los pacientes no mienten. Se protegen hasta conocernos y estar seguros de que somos dignos de su confianza por norma general. Esto es humano, lógico y es parte de nuestro trabajo darnos a conocer ante ellos para que acaben depositando su confianza en nosotros como en ocasiones nunca han hecho antes con nadie. Es una parte fundamental, hermosa y casi me atrevería a denominarla de romántica de la psicología y del oficio de ser psicólogo. Es la base de todo, la creación de una relación terapéutica sana y de calidad.
“Vives como sientes. Si te afecta, importa”
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